jueves, 20 de enero de 2011

Mi muñeca

Esa mañana, me despertaron muy temprano. Aún no entendía demasiado por qué teníamos que despedir al abuelo en la estación.
Me puse el vestido rojo, tomé mi muñeca favorita y salí de la mano de mi madre. Recorrimos las siete cuadras que nos separaban de la estación. Esperamos sentadas en un banco, la próxima salida del tren hacia algún lugar del interior del país.
Mientras le hablaba a mi muñeca y acomodaba mi vestido, mi madre se levantó estrepitosamente, me tomó de la mano nuevamente y caminamos cerca de las vías para distinguir al abuelo cuando subiera a la locomotora.
El ruido de las inmensas máquinas bloqueaban mi voz de la infancia que canturreaba alguna melodía que, en tiempos pasados, el abuelo había cantado para mí.
El frío de aquella mañana mezclado con el sol tibio de la reciente primavera, hacía, que de vez en cuando, mi piel se erizara.
Eran casi las siete. Mamá tenía en su rostro una amargura irreal, como si un buen artesano la hubiese tallado y quedara así, una obra de arte oscura, pero profundamente atractiva.
De pronto, un ruido ensordecedor me tomó por sorpresa. De la locomotora negra, descendió el abuelo, y con la gran sonrisa que lo caracterizaba, se acercó a nosotras, abrazó a mamá, me besó y con un suave adiós volvió a su gabinete. Una vez allí, y avanzando poco a poco, su mano sobresalía por la ventana indicando que ya se iba. Corrí hasta ese lugar, le grité y cuando me miró, arrojé mi muñeca, obsequiándosela por siempre. El abuelo la tomó, la aferró contra su pecho y me saludó.
En poco menos que un instante, el tren se desdibujaba en el horizonte. Mamá sollozando en un banco, me tomó del brazo, me apretó fuerte contra su pecho y retomamos el camino de vuelta.
Quince años después, logré entender por qué fue la despedida, por qué no volví a ver más a mi abuelo. Y por qué esa desesperada acción de regalarle mi muñeca favorita.
Mi madre prefiere no recordar. Mi noción de aquél momento es nebulosa. Sólo recuerdo los ruidos, el saludo, el vestido rojo, y mi muñeca volando hacia la mano del abuelo.
Cuando necesito descansar de la vida, mis vacaciones más lindas, son las que paso sentada – horas y horas – en la vieja estación de tren, sentada en el mismo banco donde mi madre me abrazó.
Allí, cada mañana de primavera, respiro con cada sentido todas las imágenes que me deja la memoria. Allí, en cada rincón, veo al abuelo, saludándome con esa sonrisa que lo caracterizaba, y mi muñeca en sus brazos.

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