Con
la mirada perdida, Verónica, recostada sobre el piso y sus piernas estiradas y
apoyadas sobre la silla, miraba el collage de su pared. En realidad, está mirando
el sueño que tuvo la noche pasada. Eran cerca de las cinco de la tarde y todavía
tenía la sensación de culpa como si hubiera sido real. La misma que tenía
apenas se había despertado. Sin embargo, intentó cerrar los ojos y volver al
sueño pero ya era demasiado tarde. Su inconsciente no iba a volver a retratar
esas imágenes tan perfectas.
Pensaba en la magia de los sueños pero no en un sentido cursi. Le estaba
reflejando lo mucho que le faltaba. Lo mucho que necesitaba y que fantaseó que
con ese chico del sueño, lograría llenar.
Sin
embargo, era todo bastante oscuro, triste, violento. Como es su vida cotidiana,
llena de peleas y llantos atragantados por el hartazgo de llorar.
Mientras pensaba, escuchó el inicio de una nueva discusión en el hall de
su casa y la sacó del sueño. De ese mismo modo había sido despertada varias
horas atrás, a los gritos.
Se
levantó con cierta dificultad, como si todos sus huesos pesaran el triple y se
sentó en la cama. Miraba el suelo como si su mente por unos minutos se hubiera
trabado. No escuchó ni miró nada durante ese lapso. Sólo tenía esa sensación de
estar desnuda en una cama ajena, nueva, en una noche de llovizna molesta y
humedad. Que su espalda y cuello al descubierto, percibían cierto frío, hasta
que suaves labios rozaban y besaban la piel. Dos simples besos. Y se alejaba.
Ella sabía quién era. No fue de esos sueños que aparecen personas que creés no
conocer. Sabía perfectamente quién era y no paraba de suspirar cada vez que
pensaba en esos dos besos en el cuello descubierto.
También
sabía que la explicación de su desnudez nada tenía que ver con haberse acostado
con ese muchacho, sino que su ropa mojada por la lluvia se secaba en algún
lugar que el inconsciente prefirió no darle importancia. Él sólo se había
cambiado de ropa porque continuaba vestido. Estaba cocinando, o ella creyó eso.
Se
sentía totalmente culpable aunque no hubiera hecho nada. Su cabeza estaba
pensando en otra persona que no era su actual pareja, con quien no tenía
problema en absoluto, pero a quien le exigía ser menos frío y más afectuoso, sin lograr ningún tipo de cambio.
El
significado de esos dos besos se lo otorgaba a la necesidad de afecto de
Verónica. No recordaba la última vez que alguien la había abrazado por abrazar,
por el simple hecho de demostrar cariño. Esos abrazos en medio de una
conversación, en medio de un silencio, largos y hasta a veces un poco incómodos
para ella por su falta de costumbre al cariño.
Ella
es cariñosa con todos. O eso cree. Pero piensa que se ha ido apagando con el
paso del tiempo. Piensa que el afecto es algo vergonzoso, como cuando uno es chico
y tímido y te llenan de mimos o te piden besos. Así.
Pero
suspiraba y lloraba en silencio pensando en esa escena. El resto del sueño que
recuerda era feo y no le había significado nada. Enseguida, pensó en que
debería contarle al protagonista y la detuvo darse cuenta que apenas se
conocían y además, no tenían ningún tipo de contacto más que el cara a cara una vez por semana en la
clase de alemán particular. Era imposible hasta imaginar que se verían en la
puerta, como siempre, se saludarían entre sonrisas amables. Ella miraría su
boca con cierta tentación reprimida y él hablaría sobre alguna ocasión de su
fin de semana o comentaría sobre alguna película o libro que,
indefectiblemente, Verónica no conocía. No podía ver que en ese momento,
ella lo podría interrumpir y le diría que había soñado que él besaba su cuello
desnudo, que estaba desnuda en lo que aparentaba ser su cama una noche de
lluvia innecesaria y que él había sido, en su sueño, la persona más sensual que
había protagonizado la escena más erótica de su vida aún siendo un sueño y aún sabiendo ambos de la
relación ya pasada de moda de Verónica.
¿Qué es lo que tenía que hacer? Se preguntaba
una y otra vez. No quería olvidar nunca ese sueño, ni tampoco quería analizarlo
demasiado, ni contárselo a nadie. ¿Qué haría?
Se puso de pie y caminó hasta la cocina en
busca de té. Y en el camino decidió que, pasara lo que pasara, fuera al día
siguiente o pasado un año, se lo contaría. Y le diría la controversia que le
había generado, así como también el placer de sentirse linda, de sentir otra
piel y de haber tenido, por primera vez, una aventura, que por más irreal que
fuera, la había despertado de su sueño de amor adolescente.