Me
embriagué de un veneno espeso y verde, que sólo ese reptil posee. Es único en
la naturaleza animal. Y como todo lo que es especial, puede extinguirse.
Es un
veneno mortal sólo en gran cantidad. El reptil me mordió, pero supo limitarse.
Podía matarme. Aunque ahora estoy agonizando, aunque el dolor sea dulce, y sepa
que ésta no es mi hora, lo busco en todo lugar, a toda hora, esperando ver sus
ojos rojizos de tanto penetrar almas.
Su piel
escamosa, tibia y suave, dejó marcas en mi historia.
El veneno
está por doquier, como un hechizo efectivo, que ha hecho de mí, su presa más
fiel.
Sueño con
sus fauces abriéndose para devorarme, sus afilados dientes despedazando mi
carne, saciando su sed con cada gota de mi sangre.
Víctima…
Sus ojos congelan. Es casi imposible clavar la mirada sobre la suya, porque inevitablemente te traspasa, llega a lo más profundo. Ve cosas que nadie más, las plasma en su mente y las modifica. Crea su propio ritual, es su arte.
El veneno
ya casi consumido, me indica que necesito más. Ahora la espera fría, tan helada
que seca la piel y la abre en mil cortes.
El veneno
me envuelve. Dejo de existir.
Me
enciende.