jueves, 20 de enero de 2011

Entretanto

Ese día, ella notó mi presencia. Se había levantado triste, pensativa. Un profundo silencio la invadía. No había más incógnitas. Todo era una gran certeza. Mientras pitaba un cigarrillo se dio cuenta que no estaba sola, que nunca lo estuvo. Que yo rodeé toda su vida. Yo la conectaba con el mundo y, también, la conocía más que nadie y escuchaba hasta su pensamiento más oscuro, el más profundo. Me habló desde su inconsciente.
“Sos el conector de todo. Sos el polvo. El humo. El viento. Atrvesás todos los lugares. Todas las historias. Me conectás a mí con todos; a todos conmigo. Todas esas personas que sufren como yo; me enlazás con gente feliz. Todos los humanos del mundo nos reducimos a uno”.
Me acerqué lo suficiente como para susurrarle al oído. “Yo te uno con quienes compartís este presente. Esta realidad”. Entonces, ella abrió los ojos. Frente suyo, estaba la inmensidad de la ciudad anochecida. El abismo de la oscuridad, las decenas de metros que la separaban a ella, desde la protección de su ventana, del piso. Mostrame todo, me dijo. Asomó su cuerpo y la tomé entre mis brazos suaves, aprovechando la brisa nocturna de octubre.
Le mostré que mientras ella descubría un posible sentido de la vida, Matías, allá lejos, rasgaba su guitarra haciendo sonar una melodía triste para ahogar sus penas de amor. Evelin, entre llantos y desesperación, le decía a su novio que estaba embarazada y se preguntaba, una y otra vez, qué harían. Un poco más cerca, Jorge tomaba su cámara y fotografiaba a Carmen desnuda sobre su cama, acababan de pelear. Y Bárbara miraba las vías del tren queriendo arrojarse pero sabiendo que nunca tendría el valor de hacerlo.
Ella miró el cielo y, luego, el vacío. Sintió que ya nada valía la pena. Había descubierto el por qué de las coincidencias, por qué a veces los humanos sienten que ya vivieron algo que les sucede ahora. Su mente no se detenía. Se preguntaba quién entendería esta verdad que había hallado. Lloraba porque la ignorarían, porque no tenía la capacidad para explicarlo.
Al mismo tiempo que su vida comenzaba a desvanecerse, Florencia entraba en la sala de partos con una gran pérdida. Kevin golpeaba la pared, con su puño ensangrentado, por haber desaprobado una materia y Rodrigo se hacía cada vez más adicto a la cocaína. Paz era violada en la calle y un centenar de personas moría ahogada en un boliche, mientras celebraban un nuevo show de su banda favorita.
Le dije, un poco enojado, si no era eso lo que quería ver y ella se cubrió los oídos intentando detener que mi voz entrara en su mente.
Araceli se quebraba una pierna tras caer por la escalera. Nadie se enteraría jamás que había sido su padrastro la que la había empujado al querer abusar de ella. Tampoco nadie sabría nunca que Dolores había muerto desangrada en una oscura y sucia habitación después de practicarse un aborto.
-          ¿No querías ver quién sufría como vos? ¿No querías darte cuenta que no estabas sola? – le grité perversamente, sabiendo cuál sería el resultado, pues mi mejor amigo es el destino.
Ella gemía entre sollozos intentando no ver esa realidad que le mostraba. No quería ver la pobreza extrema que viven algunas personas, ni lo aisladas y contaminadas que están otras. Ni guerras injustas, ni pibes muriendo luchando por sus ideales, ni gente enriqueciéndose por mentiras y tranzas, ni ver cómo el mundo se autodestruye. No quería ver nada del presente que la rodeaba porque nada podía hacer para cambiarlo.
Abrió los ojos por última vez. Se sintió devastada, arruinada, desolada. Su existencia se convirtió en pequeños pedazos de un espejo roto que nunca volverán a unirse. Un espejo que antes reflejaba la inocencia, el no tener muy claro por qué se está en el mundo. Y frente a la realidad, ella se sintió vacía. Sin más. Ese fue su presente.
Le dije que Esteban agonizaba en un hospital por ser mal herido por un guardia, que Marcos volvía a su ciudad por fracasar en ésta. Ella no soportaba más…
Mientras caía al vacío, le mostré una última imagen. La última conexión entre su historia y la de los demás. Le dije que mientras respiraba sus últimos alientos, Pilar terminaba de escribir su historia.

1 comentario:

  1. Y Bárbara miraba las vías del tren queriendo arrojarse pero sabiendo que nunca tendría el valor de hacerlo.

    Mientras caía al vacío, le mostré una última imagen.

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