jueves, 20 de enero de 2011

Amor intelectual

Nunca fue buena escribiendo. Recordaba las clases de literatura de la escuela y se sentía aburrida. Le gustaba leer, siempre y cuando, significara pasar por páginas webs de humor o leer notas de sus amigos en una red social.
Lara se enfrentaba a una materia de la facultad donde leer y escribir, sobretodo escribir, era completamente necesario. Al comienzo del cuatrimestre, no le daba demasiada importancia a lo que redactaba. Simplemente, colgaba de un hilo conductor las palabras que creía razonables para, al menos, cumplir con la consigna. Jamás se fijó en su ortografía, aunque era buena, ni en superarse. Cumplía, aprobaba y era eso le bastaba.
Ella estudiaba una carrera que no la complacía del todo, pero la hacía para tener un futuro un poco más asegurado. Su gran pasión era la pintura. Pasaba horas y horas, encerrada en su habitación pintando todo lo que veía. No le costaba en absoluto retratar su vida y su alrededor. Sus cuadros y dibujos eran tan perfectos como una fotografía.
El tiempo transcurría sin sacudidas anímicas, sin sobresaltos, ni sorpresas. Lara calificaba su tiempo como ‘aburrido, poco interesante’. Sin embargo, cuando no pintaba, pensaba. Estaba saturada de oportunidades para pensar. Lo hacía profundamente. Lo hacía todo el tiempo.
Siempre estuvo convencida de que un día su vida cambiaría por completo. Y comenzaría una etapa diferente en su historia. Se demostraba a sí misma que el destino era una nebulosa indescifrable y que nunca sabría ni cómo, ni cuándo, ni dónde, pero que un gran cambio se avecinaba en su apacible estadía.
Pues, sin darse cuenta, se obsesionó. Una mañana – de esas que ella bautizaba ‘aburrida’ – descubrió una manía. Al comienzo, la turbaba, le erizaba la piel. Su humor cambiaba de dulce y sereno a enojado, confundido e histriónico. No entendía por qué le causaba eso. Pero sí sabía qué era lo que esa mañana la dejó atónita.
Damián había entrado al aula mientras todos escribían. El silencio del lugar hizo que Lara notara aún más su llegada. Pidió disculpas en general y acomodó sus cosas en la silla contigua de la del profesor. Él era ayudante alumno y, durante las primeras clases, había pasado completamente desapercibido. Sin embargo, se notaba en su tono de voz y sus movimientos cierta tendencia nerviosa. Dentro suyo, deseaba irse lo más pronto posible cada vez que comenzaba la clase.
Lara mantuvo la mirada sobre él varios minutos. Incontables. Hasta que Damián lo advirtió y, como un acto reflejo, giró por un segundo sus ojos a un lado y sonrió de costado. Ella bajó la cabeza. Sus ojos ardían. Su respiración se agitó al igual que su corazón. Al terminar de escribir su pequeño texto, lo leyó una última vez y le daba algo de disgusto. No le gustaba. Le daba vergüenza que él lo leyera. Era, para ella, muy malo.
Al entregarlo, miró el piso, saludó y salió como siempre mirando hacia abajo, buscando los cigarrillos en su bolsillo.

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