martes, 7 de enero de 2014

Reptiles

Me embriagué de un veneno espeso y verde, que sólo ese reptil posee. Es único en la naturaleza animal. Y como todo lo que es especial, puede extinguirse.
Es un veneno mortal sólo en gran cantidad. El reptil me mordió, pero supo limitarse. Podía matarme. Aunque ahora estoy agonizando, aunque el dolor sea dulce, y sepa que ésta no es mi hora, lo busco en todo lugar, a toda hora, esperando ver sus ojos rojizos de tanto penetrar almas.
Su piel escamosa, tibia y suave, dejó marcas en mi historia.

El veneno está por doquier, como un hechizo efectivo, que ha hecho de mí, su presa más fiel.
  
Sueño con sus fauces abriéndose para devorarme, sus afilados dientes despedazando mi carne, saciando su sed con cada gota de mi sangre.
Víctima…

Sus ojos congelan. Es casi imposible clavar la mirada sobre la suya, porque inevitablemente te traspasa, llega a lo más profundo. Ve cosas que nadie más, las plasma en su mente y las modifica. Crea su propio ritual, es su arte.
El veneno ya casi consumido, me indica que necesito más. Ahora la espera fría, tan helada que seca la piel y la abre en mil cortes.
El veneno me envuelve. Dejo de existir.

Me enciende.

sábado, 19 de octubre de 2013

A veces sueño con ella y con vos

   En una habitación dudosamente oscura, diviso dos cuerpos recostados uno al lado del otro. Dos voces diferentes susurran cosas inentendibles. Me acerco para escuchar mejor. Una de las voces me es familiar; la otra me aterra: es mi propia voz. Me siento encerrada, como si me faltara el aire. Quiero detener lo que está sucediendo delante mío. Siento que soy invisible.
  Los cuerpos se acercan y la poca luz me prohíbe distinguir figuras. Los susurros se reemplazan por fricciones de labios, por suspiros, por respiraciones turbadas. Al mismo tiempo que lo veo, siento tus manos en mi cintura, en mi espalda, en mi estómago. Siento cómo te deshacés fácilmente de la ropa que llevo puesta. Desaparece en un rincón, primero, una camisa. Después, mis pantalones. Como si fuera un juego, empezás a manejar mis manos. Las llevás hacia tu cara, me mirás fijo y las bajás hasta tu cintura. Lo estoy viendo. Lo veo desde afuera, pero lo siento. Veo tus ojos clavados en mí, la mirada desafiante que ya no tiene rasgos de inocencia, está provocándome. Sonreís de costado, como si se tratara de una perversa seducción. Lentamente, te acercás a un lado de mi cabeza y me preguntás “hasta donde quiero llegar”. Me desafiás a romper mis propios límites. Me besás pero no digo nada.
  Volvés a mis manos, pero esta vez, las presionás fuerte. No duele, te imponés. Los movimientos que les provocás ahora dejaron de ser caricias, son bruscos, al igual que tus besos. Te detenés para sacarte toda la ropa que llevás puesta. Abrís mis piernas de un movimiento, volvés a meterte en mi boca y a manejar mis extremidades. Mis piernas te rodean la cintura, mis brazos también y mis manos están sobre tus muslos. Las cierro tensas. Lográs librarte de mí rápido, me girás, apoyás todo tu cuerpo sobre mí, empujándome. Volvés a mi oído y tu voz agitada aparece: “te haría de todo”. Me preguntás si me gusta lo que hacés, varias veces. No puedo responder porque tus dedos juegan con mi lengua y mis dientes. Si te muerdo, presionás más tu cuerpo sobre el mío.
  Mi figura estática comienza a soltarse y me acerco un poco. Miro tu cara y está transformada. Sos vos, lo sé, pero tus gestos son tan violentos que no te reconozco. No logro ver la otra. Me vuelvo a alejar temiendo ser vista. En la cama, siento cómo me girás, me mordés el cuello, suspirás muy profundo, casi como un gemido. Te desplomás a mi lado, respirás, me tomás por la cintura y me ubicás sobre la tuya. “Movete, dale”, decís, pero no conforme con mi postura, te incorporás, te sentás pero aún estoy sobre vos.
   Entonces veo cómo arrancás mis últimas prendas y volvés a tirarme sobre la cama. Decís algo repetidamente, que no logro descifrar. Tu voz, la escucho; tu figura moviéndose sobre mi cuerpo, la veo. Me crispa escucharte, me envuelve, aunque no entienda. Escucho gemidos cada vez más intensos, no soporto verlo más desde afuera, quiero volver a estar en mi cuerpo. Siento que ahora la que está ahí con vos es otra. Me desespero, me vuelvo loca, me atacan los pensamientos, me enferma. Corro hacia el interrumpor de luz, la enciendo. Te girás tan rápido que puedo percibir cierto miedo, vergüenza, culpa. 
    Pero no te miro a vos, la miro a ella. Sorprendida, atormentada.


   Tiene el pelo corto, pero despeinado, como si fuera su estado natural. Es verde. Me mira enojada, nadie dice nada, solamente me mira y vos vas desapareciendo. Supongo que te paraste y te estás vistiendo. Su cara tiene una oscuridad, cierto misterio: me es familiar, la vi antes, pero ya no parezco yo. Refleja seguridad en su cuerpo desnudo, abierto. No se cubre, no deja de verme fijo a los ojos ni se movió de su lugar. Me hace sentir que la que está equivocada soy yo, que no tengo que estar ahí, me está echando con la mirada. Lo entiendo. Retrocedo dos pasos, giro y estás atrás mío. Me mirás unos segundos y me besás. Me tirás sobre la cama, empieza todo de nuevo. Lo mismo. Pero ahora no está la chica de pelo extraño. Estoy yo. Sin embargo, en un instante, miro hacia la puerta y veo una sombra que nos está observando.

domingo, 29 de septiembre de 2013

El día que me vaya

   Cuando ya no tenga que ver estas cuatro paredes impregnadas de dolor, de recuerdos y llantos, cuando tenga más motivos para irme que para quedarme, cuando mi cuerpo ya no tolere el letargo de estar en un sendero empantanado del que no se puede salir sino se hacen sacrificios y mucha, mucha fuerza, ese día, no sabrás más de mí.
   
   Cuando finalmente no extrañe más este lugar y decida apropiarme de uno mejor; cuando sostenga firme mi cabeza y no existan más suplicios ni tormentos, donde no defraude a nadie, donde nadie me haga promesas vacías, donde exista una persona, y nadie más que esa, que se dedique a mí, que me sepa preservar, donde no deba nada… Ese lugar será mío. Será una mínima parte de lo que soñé alguna vez, pero tendrá mi marca personal, será mi nido. Y si me sintiera desprotegida, podría llenarlo de lo que quisiera, sin cobardía, ni recelo, ni desasosiego, porque podré hacer con él lo que ni siquiera la gente piensa que puedo ser capaz.
   
   El día que me vaya seré realmente yo. Allí, donde nadie me juzga, donde estoy, pero me esquivan, donde comentan que mi presencia es tan fuerte que no pueden mirarme a los ojos. Porque temen que así vea lo débiles que son. No existirán horarios, ni reclamos agotadores, ni alarmas que interrumpan mi imaginación, ni defectos que me jueguen en contra, ni hendiduras que abran grietas en las mentes, ni la falta de valor para decirle a una persona en especial, que todo lo que uno necesita, es estar más cerca y tener, al menos, un camino trazado para saber si pisar bien el suelo que transitamos.

   No me van a  extrañar. Ni yo a ellos. Decidiré sin preámbulos quién me acompañará. Si te extiendo mi mano, tendrás que pensarlo bien, porque podría no haber vuelta atrás. Es ahora. Es el lugar. Cuando esté en paz, revolcándome en mi propio fango, divirtiéndome en mi propia fiesta, te invitaré.


   Y si prefieres quedarte dónde estás, te sonreiré, ¡viva la vie! nos veremos en otra dimensión, pero no temas por mí, que seguramente voy a ser feliz.

sábado, 7 de septiembre de 2013

El deseo de Sebastián

Hoy recibí una llamada muy preocupada y en seguida trajeron a Valentina a casa. Al principio, ni siquiera intenté preguntarle por qué estaba tan callada, quieta, dubitativa. Estaba dibujando. Preferí no molestarla.

Cuando viene a casa, al departamento, prefiero no fumar adentro, así que salgo al balcón. Me senté con una revista pero no la estaba leyendo. Era una estrategia, de alguna manera, para que ella se sintiera sola en el comedor y se acercara. Por supuesto, lo hizo. Está acostumbrada a que le estén un poco encima y, como si fuera un acto reflejo, busca rápidamente alguien a quien contarle algo. Sin embargo, suele ser una chica que ahorra palabras.


Valentina es mi hija. Pero no vive conmigo. Tiene once años y aparenta menos cuando se ríe de cualquier cosa. Parece más grande cuando plantea sus dudas. Tiene un don natural para aprender palabras nuevas, difíciles de entender a esa edad. Lee mucho y eso la mantiene en un constante aprendizaje de un vocabulario exquisito. Me enorgullece que sea así, pero no quiero atosigarla con discursos de madre gozosa por las actitudes de su hija. Elogiarla mucho me da la sensación de que puede molestarle, pero siempre festejamos sus logros. Sebastián, su pareja y yo.


Sebastián es mi amigo de toda la vida. Y el padre de Valentina. Cuando éramos chicos, me confesó que, cuando tuviera una pareja estable, quería tener un hijo. Pero conmigo. Quería que yo tuviera su hijo. Finalmente, cuando se juntó con Esteban, lo pensaron mucho, y aunque les gustaría también adoptar, volvieron a recordarme la propuesta y acepté. Me dio mucho miedo al principio. Pero el proceso de fertilización y el embarazo fueron tan placenteros que después, esos miedos, desaparecieron.
En general, la visito yo. Nos juntamos a cenar, viajamos. Somos una familia moderna. Siempre le fuimos sinceros a Valentina pese a su corta edad. Ella entendía todo y le dimos las herramientas suficientes para que se defendiera en caso de que fuera cuestionada por la sociedad. Lo que creíamos que era totalmente necesario ya que, aún hoy, siglo veintiuno, siguen habiendo personas que creen en las estructuras antiguas…

Justamente, por eso Valentina estaba en mi casa. Le pasaba eso. Comenzaba a plantearse esas cosas. Como era de esperar, abandonó su dibujo a medio pintar y salió al balcón. Se sentó en la sombra porque sabe que heredó mi piel blanca y sensible al sol fuerte de noviembre. No le gusta sentir el ardor picante que le produce broncearse. 

La miraba de reojo, sentadita en el piso, tomándose las rodillas y jugando con una hoja que se había colado en el quinto piso. La imagen era hermosa pero al mismo tiempo, desoladora. Se podían escuchar los gritos de su cabeza de algo que le estaba molestando.


Hasta que suspiró. Fuerte.

Entonces giré mi cabeza, la sonreí y le pregunté qué había sido ese suspiro. Tardó en responder. Parpadeaba mucho por el reflejo de la luz en la pared blanca y volvió a suspirar antes de expulsar, con un hilo de voz:

 - 
No me gustan mis papás.

No le iba a preguntar demasiado, sabía que había tenido algún roce con alguien de su edad que le había remarcado su condición de hija de padres homosexuales. Los chicos a veces pueden ser muy crueles y no quería imaginarme las cosas que debió escuchar. Y seguramente, las herramientas que le habíamos brindado con tanta cautela, no le habían servido de nada para hacerle entender al otro que estaba feliz con su familia y que no había nada anormal.
-          - ¿Qué no te gusta de ellos? – me miró burlona, como si la respuesta fuera obvia.
-   - Ayer en Naturales estábamos dando los sistemas reproductivos… y la señorita nos contó cómo es que nacemos y todo eso… - hizo una pausa – pero el tema es que yo levanté la mano y le dije que no todos somos así.

Me sonreí pero fue un acto de miedo. Sabía que a partir de eso ella contó libremente su historia y que posiblemente no había sido un compañerito el que la incordió sino toda su división e inclusive la maestra, que hoy en día, no tienen mucho tacto con los chicos.
-  
Le expliqué que yo no había nacido así. Le dije que mi mamá y mi papá Sebastián habían hecho un experimento y que yo nací después. Y se rieron todos. La seño dijo que se callaran pero me miraba raro. Yo pensé que todos sabían ya… entonces me pidió que explicara mejor…

No hizo falta que dijera más. En palabras de una niña tan dulce como ella puede quedar un poco fuerte el discurso de una inseminación entre amigos para que una pareja gay tuviera hijos. Para nosotros no, claro, porque lo vemos como un acto de amor enorme y eso es lo que siempre le enseñamos pero para el resto puede ser una abominación extraterrestre.
-    - Me hubiera gustado tener otros papás… - resopló un rato después.
-    - A mí también…  - le dije sonriendo. Y me miró sorprendida.
-    - Pero si vos tenés mamá y papá.
-    - Sí, ¿y? vos también tenés mamá y papá.
-    - Pero yo tengo dos papás… y una mamá que no vive conmigo.
-    - Mirá… cuando yo era chica también pensaba lo mismo de los míos. Hoy en día un poquito también, eh, pero ya me acostumbré hace rato… Mi papá, tu abuelo, se casó con otra mujer y formó otra familia cuando era chiquita. Lo veía muy poquito. Había días que lo extrañaba un montonazo, no tanto a él, sino estar los dos bajo un mismo techo, compartir un espacio físico. Y mi mamá, tu abuela, era todo lo contrario. Ella siempre estuvo encima mío protegiéndome demasiado y yo siempre quise huir de eso. ¿Vos te creés que yo elegí a mis viejos? ¿Que alguien en el mundo o en la historia de la humanidad eligió a sus padres biológicos?
-    - No, pero hay historias de hijos que fueron adoptados por los padres que querían…
-  - Pero son cuentos… algunos capaz sean verdad, pero ¿vos no nos querés más? ¿querés cambiarnos por otros papás?
-   - No… pero me gustaría ser más normal.
-  - Vos sos normal, Valen… y nosotros también. ¿Sabés la de conocidos que tengo que han tenido hijos con amigos siendo homosexuales? Y teniendo relaciones y todo, eh…
-   - ¡Ay, mamá! – se reía de vergüenza.
-   - Perdón… pero es cierto. Aparte, miranos… yo no vivo con vos, pero nos vemos siempre, compartimos cosas muy lindas de familia. ¡Y vos tenés un papá más que cualquier chico que te puede malcriar llenándote de mimos y regalos!

Nos reímos. Nos abrazamos. Pero en ella volvió cierta amargura. Se notó cuando la fuerza de sus brazos fue cediendo. Me senté en el piso con ella y la miré. Con la cabeza gacha, abrió la boca y me apretó el corazón:

- Espero que hayan pensado muy bien antes de que yo naciera cómo iban a hacer para ayudarme, para que no me traten como un bichito.


Sonreí. La abracé más fuerte y le dije que todos los días pensábamos en eso y que ella podía confiar en cualquiera de los tres para hablar cuando tuviera necesidad o dudas.
Nos quedamos un rato más ahí. ¿Hay alguna sensación más hermosa en el mundo que sentir cómo respira tu hijo apoyado en vos? No creo…


Valentina se incorporó y me dijo que iba a terminar su dibujo y que quería merendar. Íbamos a cocinar algo para esperar a los chicos. Los llamé y les dije que estaba todo bien, que podían venir. Valentina estaba mejor, se la veía tranquila y activa, a la vez.

Cuando sonó el timbre de la puerta, se giró con tanta alegría, como si no viera hace mucho a sus padres y cuando los vio entrar, se les tiró encima con un gran abrazo. Sebastián levantó la cabeza y me miro, apoyada en el marco de la puerta, con los brazos cruzados y una sonrisa de gozo en la cara. Sus ojos se llenaron de lágrimas y me dijo gracias entre labios.


Esa noche soñé con nosotros, en su viejo departamento de soltero, teniendo veinticortos años y yo confesándole un sueño en el que veía a Valentina grande. Él me tomó de la mano y sonrió. Ojalá.

sábado, 24 de noviembre de 2012

Donnez-moi la vie

Buenos Aires te despertaste gris. Y con tus esperanzas de zambullirte en cada vida, te has metido en la mía.

Buenos Aires siempre te deseé. Y te miro y no hay nada mejor.

Antes, cuando apenas podía tocar tu esencia muy poco, irregularmente, te veía tan lejana y tan poderosa. Temía que me comieras, como embaucaste tantas historias.

Buenos Aires, sacás el aliento. Y porque más que entre bocanada y bocanada de aire, me renuevo, me quitás, asfixiando mis fantasías, todo el deseo de vivir contigo.
Buenos Aires, retenés amores imposibles. Amores lejanos. Retenés infidelidades, no las contás, te las guardás como un confidente cómplice de muchas maldades humanas.

Buenos Aires dame algo, dame una razón para no quererte, dame alivio de penas, dame realidad. No permitas que te sueñe tanto, dame realidad. Dame vida.

sábado, 5 de mayo de 2012

Verónica y su primera vez


     Con la mirada perdida, Verónica, recostada sobre el piso y sus piernas estiradas y apoyadas sobre la silla, miraba el collage de su pared. En realidad, está mirando el sueño que tuvo la noche pasada. Eran cerca de las cinco de la tarde y todavía tenía la sensación de culpa como si hubiera sido real. La misma que tenía apenas se había despertado. Sin embargo, intentó cerrar los ojos y volver al sueño pero ya era demasiado tarde. Su inconsciente no iba a volver a retratar esas imágenes tan perfectas.
     Pensaba en la magia de los sueños pero no en un sentido cursi. Le estaba reflejando lo mucho que le faltaba. Lo mucho que necesitaba y que fantaseó que con ese chico del sueño, lograría llenar.
     Sin embargo, era todo bastante oscuro, triste, violento. Como es su vida cotidiana, llena de peleas y llantos atragantados por el hartazgo de llorar.
     Mientras pensaba, escuchó el inicio de una nueva discusión en el hall de su casa y la sacó del sueño. De ese mismo modo había sido despertada varias horas atrás, a los gritos.
     Se levantó con cierta dificultad, como si todos sus huesos pesaran el triple y se sentó en la cama. Miraba el suelo como si su mente por unos minutos se hubiera trabado. No escuchó ni miró nada durante ese lapso. Sólo tenía esa sensación de estar desnuda en una cama ajena, nueva, en una noche de llovizna molesta y humedad. Que su espalda y cuello al descubierto, percibían cierto frío, hasta que suaves labios rozaban y besaban la piel. Dos simples besos. Y se alejaba. Ella sabía quién era. No fue de esos sueños que aparecen personas que creés no conocer. Sabía perfectamente quién era y no paraba de suspirar cada vez que pensaba en esos dos besos en el cuello descubierto.
    También sabía que la explicación de su desnudez nada tenía que ver con haberse acostado con ese muchacho, sino que su ropa mojada por la lluvia se secaba en algún lugar que el inconsciente prefirió no darle importancia. Él sólo se había cambiado de ropa porque continuaba vestido. Estaba cocinando, o ella creyó eso.
     Se sentía totalmente culpable aunque no hubiera hecho nada. Su cabeza estaba pensando en otra persona que no era su actual pareja, con quien no tenía problema en absoluto, pero a quien le exigía ser menos frío y más afectuoso, sin lograr ningún tipo de cambio.
     El significado de esos dos besos se lo otorgaba a la necesidad de afecto de Verónica. No recordaba la última vez que alguien la había abrazado por abrazar, por el simple hecho de demostrar cariño. Esos abrazos en medio de una conversación, en medio de un silencio, largos y hasta a veces un poco incómodos para ella por su falta de costumbre al cariño.
     Ella es cariñosa con todos. O eso cree. Pero piensa que se ha ido apagando con el paso del tiempo. Piensa que el afecto es algo vergonzoso, como cuando uno es chico y tímido y te llenan de mimos o te piden besos. Así.
     Pero suspiraba y lloraba en silencio pensando en esa escena. El resto del sueño que recuerda era feo y no le había significado nada. Enseguida, pensó en que debería contarle al protagonista y la detuvo darse cuenta que apenas se conocían y además, no tenían ningún tipo de contacto más que el cara a cara una vez por semana en la clase de alemán particular. Era imposible hasta imaginar que se verían en la puerta, como siempre, se saludarían entre sonrisas amables. Ella miraría su boca con cierta tentación reprimida y él hablaría sobre alguna ocasión de su fin de semana o comentaría sobre alguna película o libro que, indefectiblemente, Verónica no conocía. No podía ver que en ese momento, ella lo podría interrumpir y le diría que había soñado que él besaba su cuello desnudo, que estaba desnuda en lo que aparentaba ser su cama una noche de lluvia innecesaria y que él había sido, en su sueño, la persona más sensual que había protagonizado la escena más erótica de su vida aún siendo un sueño y aún sabiendo ambos de la relación ya pasada de moda de Verónica.
     ¿Qué es lo que tenía que hacer? Se preguntaba una y otra vez. No quería olvidar nunca ese sueño, ni tampoco quería analizarlo demasiado, ni contárselo a nadie. ¿Qué haría?
Se puso de pie y caminó hasta la cocina en busca de té. Y en el camino decidió que, pasara lo que pasara, fuera al día siguiente o pasado un año, se lo contaría. Y le diría la controversia que le había generado, así como también el placer de sentirse linda, de sentir otra piel y de haber tenido, por primera vez, una aventura, que por más irreal que fuera, la había despertado de su sueño de amor adolescente.

martes, 27 de septiembre de 2011

Y él me preguntaba si yo estaba loca, y yo respondía con complicidad


"Quel est ton problème?" , me repetía cada vez que me miraba. Yo no levantaba la mirada del suelo y mi cabeza entonaba una pegadiza ópera. Francesa. Estaba sentada sobre su colección de revistas de arquitectura gótica y él dibujaba bajo el único foco que iluminaba el gran monoambiente. Era demasiado grande. Y muy frío. Las paredes eran de un gris dudoso, la humedad había acabado con la pintura desde antes que él viviera ahí. El cielorraso era aún más oscuro, no había vestigio de luz alguno. El techo correspondía a una casa antigua. Era demasiado alto. Y él, sumido en su tarea absurda, seguía ignorando mi presencia. Cantando. Riendo solo. Hablando solo. Verlo provocaba dolor. Su posición era incómoda. Se notaba. Volvía a repetir "quel est ton problème?". Luego decía cosas que ya no entendí.
Seguía acurruda entre la pared y el piso. Seguía observando ese lugar que por la noche cobraba otro sentido. Seguía sintiéndome aislada. Seguía pensando en su voz, en su distancia. Estaba ahí. Estábamos ahí y estábamos lejos. Estaba molesta y seguía enloqueciendo. Quería gritar, y sacarlo de su mundo. ¿Por qué no me incluía? ¿Por qué me evitaba de esa manera? Y, ¿por qué seguía preguntando cuál era mi problema? Si sabía que mi problema era él...
Mis manos y ojos se cerraron instantáneamente, quería golpear algo. Me tomé la cabeza con fuerza. Para tranquilizarme. Y al levantarla, lo miré de nuevo con los ojos mojados. Me miraba sonriendo. Irónico. "Quel est ton problème?". De nuevo.
Me levanté y fui al gran ventanal. La abrí y vi, bajo inmensas lágrimas, toda una ciudad viviendo. Sonidos que salían de algún lado. Prendí un cigarrillo y pité largamente. "Quel est ton problème?", retumbaba en mi cabeza. "Quel est ton problème?".
Dos manos heladas y huesudas tomaron mi cintura. Un muerto me tomaba por la cintura. Sus manos parecían grises, como el resto del lugar. Y al oído comenzó a susurrarme canciones y versos perdidos. Él sonreía y yo callaba. Seriamente, seguía pitando. Las frases salían de su boca como el humo de la mía. Gris. Grises. Mi mirada eternizada en un punto imaginario, helaba más aún mi posición.
Seguía. Seguía hablando solo. Pero me hablaba a mí.
Sin respuesta, con su sonrisa apagada, se separó de mi cintura y de mi oído. Fue retroceciendo a su lugar de origen. Se sentó nuevamente en esa horrible posición y miraba la hoja garabateada. Ya no cantaba, ni hablaba. Miraba. Me miraba a mí. Su dibujo. Su arte. Y me decía que todo había acabado. Que podía volver a ser yo. Que recobre la vida y salga del cuarto gris. Me giré y lo miré bien profundo. Con los ojos bien abiertos. Y él me preguntaba si yo estaba loca, y yo respondía con complicidad. Con silencios.
Volví a la ventana. Me asomé de nuevo a esa ciudad que vivía.
- Yo quiero vivir.- le dije.
Y di dos pasos y sentí el eterno viento en mis mejillas.
Ahora vivo. Vivo de verdad, entre las hojas caídas, los cantos de los pájaros, las noches oscuras. Entre las paredes grises crezco. Y vuelvo a nacer en su papel.

martes, 23 de agosto de 2011

Vacío


¿Tuviste alguna vez esa sensación de que la vida se acorta a unos segundos? ¿Que no es suficiente? Pienso todo el tiempo que podría estar construyendo escaleras infinitas para forjar mi futuro y, sin embargo, invierto mi tiempo me asustarme de mí misma, de mi persona futura. ¿Qué es lo que voy hacer? ¿Qué seré, cómo seré? ¿Voy a cumplir las promesas irrefutables de no ser como mis padres y mis profesores? ¿Voy a tener ese departamento pequeño lleno de colores y vida como siempre quise? o ¿seré un número más del conglomerado de personas que corren por las calles de las ciudades a las que no les creo un destino fijo? Siempre andan corriendo. A ningún lugar. Y cuando uno los mira, sus ojos no reflejan nada. Miran hacia adelante, como si no existiera nada más que sus propias narices. Y sus maletas. Y carteras. Y niños colgando del brazo que lloran y ansían ser atendidos, mientras que madres intolerantes gritan y angustian sus corazones con plegarias silenciosas.
¡Qué patético mundo! ¿Seré yo solamente que sueño tener una vida como en las películas? Viviendo en un pueblo olvidado, donde existe la bondad y la amabilidad; donde es fácil mezclar el sonido leve de una estación de radio con el canto de los gorriones; donde los rayos de sol son anaranjados y no parecen ser calurosos, ni parece hacer frío. Son tibios. Y las noches son tibias también. Y al llegar a casa, hay sonrisas que esperan. Sonrisas de amigos, de amores. De una familia fuera de lo común. Es que… no puedo escribir con tanto ruido. ¡Ma! Ya voy. De un lugar donde se ve donde se posa el sol… Genial, perdí el hilo…
¿Me pasará solamente a mí que entra un vacío a mi cuerpo con pensar que mi vida se apaga lentamente? ¿Que mañana despertaré y habré envejecido y las arrugas marcarán mi piel, la cortarán, ocultando detrás años duros y heridas por siempre abiertas? ¡Estoy ocupada! Mientras estoy sentada aquí, esa imagen se vuelve intensa… No, no vengas aquí por favor… no quiero escucharte… Dios, no la traigas aquí… Y el dolor de haber nacido en un siglo en el que nada me pertenece, en el que no existe un sitio al que yo pertenezco, en el que no quiero morir día tras día siguiendo órdenes de alguien superior para poder subsistir… ¡Estoy ocupada, sal de aquí! ¡No toques nada, por favor! Dejame… No quiero estar día tras día en mi vida obedeciendo las disposiciones caprichosas de alguien que también tiene una sola oportunidad de nacer. ¡Yo tengo una sola vida! ¡Al igual que ustedes! Y no la voy a desperdiciar acatando ocurrencias miedosas sobre el exterior. Quiero salir y ser libre y tener… ¡Basta! ¡No grites más! ¡Me lastimas! ¡Por favor, basta! ¡Basta! … ¡Dejame en paz! ¡No me lastimes!  

Quisiera decir que quiero vivir en un mundo más justo, donde no existan desigualdades, pero a cambio de eso, pido que no sea al gato a quien tratan mejor que a mí, que me dejen soñar sin ataduras; no asfixien mi vuelo cuando he tomado las fuerzas para despegar, podría ser fatal. Lo ha sido antes. Y pude recuperarme.
Pero las penas sanan de a poco. Algunas quedan intactas como han sido provocadas. No sé si tenga la firmeza y el vigor que otras tantas veces tuve para resurgir y volver a consolidarme para continuar luchando. No tendré la fortaleza suficiente, siquiera, para suspirar de congoja, para respirar fuerte y contar hacia atrás.
Cinco, cuatro, tres, dos. Uno.
Cero… Vacío.
No me veo lejos de aquí. Me veo inmóvil, unos milímetros por sobre el suelo. Flotando sobre mi propio eje; seca de valor, seca de esfuerzo.
Me secaron, me hartaron, me arrancaron de raíz, me marchitaron. Ganaron.
Como ganan injustamente las guerras frente a los pedidos de amor. Como vence, sin razón coherente, la violencia frente a las sonrisas benévolas.
Ganaron.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Si fue un sueño, sería una pesadilla

Departamento con colores oscuros. De noche, afuera mucho viento. Una mujer, Paula, apoyada sobre un mueble, cruzada de brazos espera en la oscuridad. Música de fondo. Se traslada hacia una esquina donde hay un pequeño sillón gris iluminado por la luz de la ciudad que entra por la ventana cercana. Parece pensar. Su rostro connota amargura, tristeza, cansancio. Se oyen ruidos tras la puerta, un hombre, Franco, ingresa a la casa sin advertir la presencia silenciosa de Paula. Enciende la luz y la ve.

FRANCO. (algo asustado)
                ¿Qué hacés oscuras? ¿Y tan tarde despierta? (Sin respuesta. Él se acerca y la besa en la frente, ella sigue en la misma postura, sin mover ni un músculo. Él se quita el abrigo, deja las llaves sobre una mesita y la mira de costado. Con un tono extraño, como si supiera qué sucede) ¿Estás bien?

PAULA. (casi susurrando)
                Sí, estoy bien. ¿Te divertiste?

FRANCO
                Bueno... hacer lo mismo siempre cansa. Charlamos, jugamos a las cartas. Tomamos.

PAULA. (Suspirando)
                Volviste más temprano.

FRANCO.
                Me aburría. Además mañana tengo esa entrevista. Quiero descansar bien. ¿Vos qué hacés mañana? (Sale de escena)

PAULA.
                Trabajo, como siempre. (Se levanta, busca los cigarrillos)

FRANCO. (Vuelve)
                No fumes adentro.

PAULA.
                Fumo en la ventana.

FRANCO.
                Pero entra igual el humo. No fumes, es tarde. Vamos a dormir.

PAULA.(Lo mira seria, casi enojada. Entrecortada)
                No... tengo... sueño. Y quiero fumar.

(Silencio. Se miran.)

FRANCO.
                ¿Qué te pasa?
               
PAULA.
                Se acabó, Fran.

FRANCO.
                ¿Qué se acabó?

PAULA.
                Esto. Nosotros.

FRANCO. (Incrédulo. Sorprendido.)
                ¿Por qué?

PAULA. (Muy tranquila. Abre la ventana. Mira hacia afuera todo el tiempo.)
                ¿No lo notaste?(Silencio) Estoy cansada, no cansada de harta, sino cansada. No tengo más cuerda que tirar. No estamos bien. Hace mucho tiempo. (Se lleva un cigarrillo a la boca.) Te juro que traté de esforzarme y ver las cosas de otra manera. Desde otra perspectiva. Pero, Fran, las cosas están tan claras. (Lo mira. Sonríe amargamente. Prende el cigarrillo. Va pitando a medida que habla) ¿Te acordás de todos los sueños, todas las promesas, que hicimos juntos? Se esfumaron, se fueron. ¿Te acordás lo difícil que fue para mí dejar todo en mi ciudad para venir acá con vos, para que vivamos juntos? No es un reproche, sólo acordate. Dejé mis estudios... bueno... no es que amara mi carrera, pero lo dejé para poder trabajar acá. Y dejé a mucha gente ahí. Amigos que... no, bueno, no eran amigos, pero gente que me quería, que me apreciaba y que yo apreciaba también. Dejé a mi familia, para formar una con vos. No me refiero a tener hijos y todo eso, lo sabés. Me refiero a conocer gente nueva, a formar un grupo de amigos juntos, yo sólo quería que nosotros fuéramos nuestra familia. Y ahora, eso se ve tan lejano. No porque falte tiempo, porque haya que esperar, sino porque no sucederá... Nos peleamos, discutimos por tonterías. Esto está podrido, y lo sé desde que sé que me engañabas. Ya no salimos, ya no hablamos. No me escuchás cuando quiero contarte alg, nada te interesa y ponés la excusa de que sólo yo te intereso, pero no ponés atención en las cosas que me pasan a mi alrededor. No sé cómo llegamos hasta acá. Cómo pudimos dejarnos estar si es que nos queríamos tanto. (Arroja el cigarrillo por la ventana y la cierra. Sin mirarlo, pasa a su lado y se dirige hacia la habitación lentamente.)

FRANCO.
                Son problemas normales de pareja, no por eso tenemos que terminar... No entiendo como de repente podés pensar todo esto... ¿Por qué das por terminado todo?

(Silencio. Paula suspira.)

PAULA. (Se da vuelta y lo mira, sonríe amargamente)
                Yo siempre lo había sospechado, no me convencía del todo, pero confirmaste que me engañabas con tu silencio cuando lo dije. (Se mete en la habitación)

(Silencio. Ella hace la cama, él la mira parado en la puerta. Parece helado por la conversación)

PAULA.
                No lo pensé de repente. Hace mucho que daba vueltas en mi cabeza. Nunca me animé a decirlo porque pensé que estaba equivocada, o capaz quería dejar pasar tiempo para equivocarme y ver que todo había cambiado, que las cosas mejoraban. (Silencio) Realmente no quiero discutir una vez más. Es tarde... (Arregla las almohadas. Franco mira el suelo en la misma posición. Ella se quita pantalones. Él la mira.)

FRANCO.
                Esto no es lo mejor...

PAULA.
                ¿Qué cosa? (Franco le hace un gesto señalando que ella se quitó lo pantalones) ¡Ay, dale! (Chistosa) Me viste más desnuda que esto en peores situaciones, ¿ahora te vas a hacer problema? (Franco vuelve a mirar el suelo. Se endereza. Permanece así unos segundos. Suspira y se dirige a un mueble. Abre un cajón y saca sábanas.) ¿Qué hacés? (Con tono de voz bajo, triste)

FRANCO.
                Voy a dormir en el comedor.

PAULA. (retomando su voz normal)
                Franco... Podemos dormir juntos.

FRANCO.
                No creo que sea lo mejor. (Sale de la habitación.)

PAULA. (Saliendo al pasillo, siguiendo a Franco)
                No tenés que dormir en el sillón, sigue siendo la casa, la cama de los dos. Dale.

FRANCO. (Se detiene)
                ¿Te parecería normal?

PAULA.
                Totalmente.

FRANCO. (La mira. Está parada, con sus manos apoyadas en su cintura, mirándolo con cierta paz en los ojos.)
                ¿Estás bien?

PAULA. (Cambia su gesto tranquilo por el de preocupación)
                Sí, ¿por qué?

FRANCO. (Triste)
                Parece que... quisieras de alguna manera que esto pase...

PAULA. (sonríe con cierta impaciencia)
                No... Franco... nunca quise que esto pasara. Y la muestra real de eso es haberlo dicho hoy, en vez de decirlo la primera vez que lo pensé. La muestra es haberme callado e intentado que las cosas funcionaran, ¿sí? ¿Podés verlo como lo veo yo?

FRANCO.
                Sí. Es que no entiendo todavía...

PAULA. (Suspira, intolerante)
                ¿Qué no entendés? ¿No viviste todas las peleas estúpidas que tuvimos este último tiempo? ¿Eras vos o no el que me ignoraba mirando la televisión o jugando en la computadora cuando te contaba sobre lo que me había pasado a mí o a alguien cercano? ¿No eras vos el que todas las noches se acostaba a mi lado y me daba la espalda sin siquiera decirme "buenas noches, amor"? Sí sé que eras vos el que hacía eso antes... Me besabas, me decías "buenas noches" y me abrazabas, y sino me abrazabas, me pedías que te abrace yo. Ese eras vos. Ese es el que ya no está. Pero fuiste vos también el que estaba semi ausente, o semi presente, no sé. El que desaparecía todo el día con la excusa de buscar trabajo y volvías con amigos, después de tomar váyase a saber cuánto wisky y pretendiendo que yo los atienda como si fuera tu esclava. Ese también fuiste vos. Pero no te diste cuenta... (Abatida, mira hacia abajo, lo vuelve a mirar a los ojos) ¿Ves de qué hablo? No quiero pelear más. Por cualquier cosa, me indigno, me saco... y vos también. (Silencio) Vamos a dormir.

FRANCO.
                ¿Juntos?

PAULA.
                Sí. (Silencio nuevamente, esta vez más largo) Estoy cansada. (Se dirige a la habitación. Apaga la luz y se acuesta boca arriba. Franco se acerca a la habitación, la mira. Duda. Se quita la ropa y se mete en la cama, también boca arriba)

FRANCO.
                ¿Qué vamos a hacer?

PAULA. (Tierna)
                No sé... mañana veremos. Ahora es tarde...

 (Silencio)

FRANCO.
                ¿Puedo contarte algo? Es que necesito decirlo, al menos para después decir que al menos lo intenté...

PAULA. (dudosa)
                Sí... (silencio corto) Contame.

FRANCO. (Comienza lentamente)
                Fue una sola vez, Pau... Lo juro. No sé ni siquiera por qué lo hice. No me sentía yo... me sentía perdido. En ese momento estaba tan mal, desesperado...

PAULA. (interrumpiéndolo, suavemente)
                ¿Cuándo fue...?

FRANCO.
                Hace tres meses... cuando hicimos esa cena de despedida con los chicos del trabajo. Estábamos todo el grupo. Las chicas también, Dani y Neila. Cenamos y todos se reían, hablábamos, todo parecía tan irreal. La mayoría había conseguido un nuevo trabajo. Sólo éramos tres los que estábamos en la nada... Denis, el chico de Olavarría y yo. Todo el resto estaba como si nada. Te juro que la sensación era como si a nosotros tres nos mandaran a la guerra y esa era nuestra fiesta de despedida. Como si fuésemos a morir. El resto seguía su vida normalmente, nosotros no. Yo no. (Silencio) Cuando terminó la cena, charlamos un rato más y casi todos se fueron. Yo quería quedarme, no sabía cuándo iba a volver a verlos a todos juntos. Denis y el otro me acompañaron. Quedábamos todos hombres y dijeron de ir a un boliche. Ellos querían festejar... (Silencio. Suspira) Fuimos... en el camino, uno llamó a unas minas y nos las encontramos allá. Bailaron toda la noche juntos. Y nosotros tres nos mantuvimos en la barra. Por primera vez me sentía mareado de tanto tomar... Sabés que eso no me pasa, que no me emborracho. Denis hablaba con el otro, yo trataba de seguir la conversación pero no podía. Se acercan dos de las minas a la barra y una se queda hablando con nosotros, la otra se va. (Su voz dennota algo de nervios por lo que cuenta y acelera).  El de Olavarría, se ve que entendió la situación muy rápido y desapareció, y la mina nos empezó a decir si quería que fuésemos los tres a algún lugar más tranquilo. Denis se cagó de risa y se fue. Yo no tuve ni fuerzas de responder nada. En otra situación la hubiese defenestrado por ser tan barata y fácil. Pero estaba en otra... Se quedó un rato al lado mío, como no le daba bola se fue. Denis y el otro ya se habían ido. Fui y saludé al resto. Salí del boliche y era de noche todavía, caminé tres pasos y apareció la flaca de nuevo. Caminando hacia mí, diciendo si la podía acompañar hasta el estacionamiento a buscar su auto, porque Maximiliano se había ido con sus amigas y no quería ir sola. Dije que sí. Se ofreció a llevarme a casa. Cuando llegamos a la puerta, me quedé en silencio y ella me preguntó si estaba bien. (Silencio) Me puse a llorar, dicéndole lo mal que estaba con vos, lo del laburo, las peleas con mi familia... Ella me abrazó y me besé la frente y me decía que me calmara, que las cosas mejorarían. Que seguro vos me quería mucho y que yo era muy eficiente y conseguiría un trabajo enseguida. Medio segundo después, la miré y me sonriendo me dijo si no quería ir a otro lugar, más tranquilo para relajarme... (Silencio largo. Fanco buscaba con los ojos a Paula sin moverse.) Y fui...

PAULA.
                ¿A dónde?

FRANCO. (Confundido)
                Que.. ¿querés saber?

PAULA.
                Sí...

FRANCO.
                Bueno... a su departamento...

PAULA.
                ¿Cómo era...?

FRANCO.
                ¿El departamento?

PAULA.
                Ella...

FRANCO. (Más confundido. Silencio. Con la voz cansada.)
                Normal. No muy alta... tenía las tetas hechas seguro. Porque no era proporcional con el resto de su cuerpo... (Hace gesto de arrepentirse de haber dicho eso.)

PAULA.
                ¿Era linda?

FRANCO.
                No mucho...

PAULA.
                ¿Cómo fue?

FRANCO. (La mira sorprendido y enojado)
                No creo que sea necesario...

PAULA. (Muy tranquila)
                Quiero saber, en serio.

FRANCO.
                Bueno... fuimos al departamento y me dijo que tomara mucha agua para limpiarme del alcohol. Estábamos en el sillón y no sé cómo, pero terminamos en la cama... No me siento cómodo contándote esto, Paula... (silencio. Su gesto de enojado pasa a triste, lo mismo con su voz. Suspira, su voz se hace más grave, más seria) Me acuerdo que... terminé... con ella... y me fui. Me pedía que me quedara, que me iba a hacer bien. Pero me fui. Eran las cinco... no sé... caminé un trecho y vi un colectivo y lo tomé. Apenas me subí me llamó Neila, diciendo que ustedes dos nos estaban esperando a Denis y a mí, y cuando él llegó, vos no dijiste nada. Lo saludaste, lo escuchaste dos minutos y te despediste para irte a dormir. Y que ella estaba preocupada. Al rato llegué. En el ascensor me di cuenta que tenía perfume de mujer, así que entré y me fui al baño. Con agua me limpiaba pensando en cada detalle. Un tarado... Fui hasta la habitación y te vi dormida... Me senté y te acaricié. Me contuve todo lo que pude, pero las lágrimas se me caían de los ojos... Y te veía tan dormida, tan linda como siempre, y no entendía qué había hecho. No entendía por qué... (su voz empieza a cortarse) Quería despertarte y decirte todo, y decirte que yo no quería hacerlo, que me sentía mal, que ella me contuvo y me dejé llevar como un pelotudo. (Llora) Pero lo único que hice fue taparme la cara, hacer fuerza para no llorar y traté de calmarme. Me acosté al lado tuyo y te abracé...

PAULA. (Lo interrumpe. Él no lo notó pero ella lo estaba mirando.)
                Y suspiraste dos veces antes de dormirte. (Él la mira sosprendido) Yo estaba despierta, amor. ¿Me creés capaz de dormirme sabiendo que estás afuera, de dormirme sin esperarte?

FRANCO. (sollozando)
                ¿Por qué no dijiste nada?

PAULA.
                Porque sabía... de alguna manera lo que había pasado... pero al hablarlo con mucha gente, todos me convencían que estabas así por la situación que vivías, porque te había hecho mal la fiesta esa. Denis me decía eso. Y le creí porque él también estuvo ahí...

 (Silencio)

FRANCO. (llorando)
                Perdoname, amor, en serio. Perdón. Te juro por mi vieja que no quería. Que yo sólo quiero estar con vos, que no me interesa otra, que me muero sin vos. No sé qué pensar, no sé qué hacer si te vas. Si esto se acaba, me acabo yo también. Me muero... Te juro que no quería... (llora fuertemente) no quería...

PAULA. (Enternecida tristemente, tranquila)
                Sh, amor... no llores... mirame, mirame a mí. Estoy en paz. Tranquila. Porque era obvio esto... no pasa nada, Fran, las relaciones se terminan, no hay nada eterno, ¿no? No llores... en serio todo se va  a arreglar, vas a ver. Vas a estar bien de nuevo... No llores. (Lo abraza, apoya su cabeza sobre su pecho, él la abraza también.)

(Por unos instantes, se oye el llanto de Franco, pero poco a poco se va calmando. Ambas respiraciones van a la par. Ella sigue en la misma posición, él le acaricia suvamente la espalda.)

FRANCO.
                Pau...

PAULA. (con tono somnoliento)
                Si...

FRANCO.
                Te amo.

PAULA. (Sorprendida, siente que su corazón late muy fuerte. Le cuestan las palabras)
                Yo... también... te amo, Fran.

FRANCO.
                No te vayas, por favor.

PAULA.
                Mañana vemos, ¿sí?

FRANCO.
                No. No te vayas. (Paula lo calla suavemente. Silencio.) ¿Te acordás del día en que caminábamos por el centro tomados de la mano, riendo,  y fuimos al parque donde vimos los ancianos abrazados?

PAULA. (sonriendo)
                Sí.

FRANCO.
                Ese día... me di cuenta... que estaba enamorado de vos...

PAULA. (Lo mira sorprendida. Hace un movimiento casi imperceptible con la cabeza, como negando. Parece estar a punto de llorar.)
                No digas esas cosas ahora... No sirven. Ahora hay que dormir...
               
FRANCO.
                Amor...

PAULA.
                ¿Qué?

FRANCO.
                Buenas noches...

PAULA. (suspirando)
                Buenas noches.

Paula cierra los ojos. Ninguno se mueve de su posición. Luego, Franco los cierra.
 La imagen parece congelada. Música. Apagón.