sábado, 7 de septiembre de 2013

El deseo de Sebastián

Hoy recibí una llamada muy preocupada y en seguida trajeron a Valentina a casa. Al principio, ni siquiera intenté preguntarle por qué estaba tan callada, quieta, dubitativa. Estaba dibujando. Preferí no molestarla.

Cuando viene a casa, al departamento, prefiero no fumar adentro, así que salgo al balcón. Me senté con una revista pero no la estaba leyendo. Era una estrategia, de alguna manera, para que ella se sintiera sola en el comedor y se acercara. Por supuesto, lo hizo. Está acostumbrada a que le estén un poco encima y, como si fuera un acto reflejo, busca rápidamente alguien a quien contarle algo. Sin embargo, suele ser una chica que ahorra palabras.


Valentina es mi hija. Pero no vive conmigo. Tiene once años y aparenta menos cuando se ríe de cualquier cosa. Parece más grande cuando plantea sus dudas. Tiene un don natural para aprender palabras nuevas, difíciles de entender a esa edad. Lee mucho y eso la mantiene en un constante aprendizaje de un vocabulario exquisito. Me enorgullece que sea así, pero no quiero atosigarla con discursos de madre gozosa por las actitudes de su hija. Elogiarla mucho me da la sensación de que puede molestarle, pero siempre festejamos sus logros. Sebastián, su pareja y yo.


Sebastián es mi amigo de toda la vida. Y el padre de Valentina. Cuando éramos chicos, me confesó que, cuando tuviera una pareja estable, quería tener un hijo. Pero conmigo. Quería que yo tuviera su hijo. Finalmente, cuando se juntó con Esteban, lo pensaron mucho, y aunque les gustaría también adoptar, volvieron a recordarme la propuesta y acepté. Me dio mucho miedo al principio. Pero el proceso de fertilización y el embarazo fueron tan placenteros que después, esos miedos, desaparecieron.
En general, la visito yo. Nos juntamos a cenar, viajamos. Somos una familia moderna. Siempre le fuimos sinceros a Valentina pese a su corta edad. Ella entendía todo y le dimos las herramientas suficientes para que se defendiera en caso de que fuera cuestionada por la sociedad. Lo que creíamos que era totalmente necesario ya que, aún hoy, siglo veintiuno, siguen habiendo personas que creen en las estructuras antiguas…

Justamente, por eso Valentina estaba en mi casa. Le pasaba eso. Comenzaba a plantearse esas cosas. Como era de esperar, abandonó su dibujo a medio pintar y salió al balcón. Se sentó en la sombra porque sabe que heredó mi piel blanca y sensible al sol fuerte de noviembre. No le gusta sentir el ardor picante que le produce broncearse. 

La miraba de reojo, sentadita en el piso, tomándose las rodillas y jugando con una hoja que se había colado en el quinto piso. La imagen era hermosa pero al mismo tiempo, desoladora. Se podían escuchar los gritos de su cabeza de algo que le estaba molestando.


Hasta que suspiró. Fuerte.

Entonces giré mi cabeza, la sonreí y le pregunté qué había sido ese suspiro. Tardó en responder. Parpadeaba mucho por el reflejo de la luz en la pared blanca y volvió a suspirar antes de expulsar, con un hilo de voz:

 - 
No me gustan mis papás.

No le iba a preguntar demasiado, sabía que había tenido algún roce con alguien de su edad que le había remarcado su condición de hija de padres homosexuales. Los chicos a veces pueden ser muy crueles y no quería imaginarme las cosas que debió escuchar. Y seguramente, las herramientas que le habíamos brindado con tanta cautela, no le habían servido de nada para hacerle entender al otro que estaba feliz con su familia y que no había nada anormal.
-          - ¿Qué no te gusta de ellos? – me miró burlona, como si la respuesta fuera obvia.
-   - Ayer en Naturales estábamos dando los sistemas reproductivos… y la señorita nos contó cómo es que nacemos y todo eso… - hizo una pausa – pero el tema es que yo levanté la mano y le dije que no todos somos así.

Me sonreí pero fue un acto de miedo. Sabía que a partir de eso ella contó libremente su historia y que posiblemente no había sido un compañerito el que la incordió sino toda su división e inclusive la maestra, que hoy en día, no tienen mucho tacto con los chicos.
-  
Le expliqué que yo no había nacido así. Le dije que mi mamá y mi papá Sebastián habían hecho un experimento y que yo nací después. Y se rieron todos. La seño dijo que se callaran pero me miraba raro. Yo pensé que todos sabían ya… entonces me pidió que explicara mejor…

No hizo falta que dijera más. En palabras de una niña tan dulce como ella puede quedar un poco fuerte el discurso de una inseminación entre amigos para que una pareja gay tuviera hijos. Para nosotros no, claro, porque lo vemos como un acto de amor enorme y eso es lo que siempre le enseñamos pero para el resto puede ser una abominación extraterrestre.
-    - Me hubiera gustado tener otros papás… - resopló un rato después.
-    - A mí también…  - le dije sonriendo. Y me miró sorprendida.
-    - Pero si vos tenés mamá y papá.
-    - Sí, ¿y? vos también tenés mamá y papá.
-    - Pero yo tengo dos papás… y una mamá que no vive conmigo.
-    - Mirá… cuando yo era chica también pensaba lo mismo de los míos. Hoy en día un poquito también, eh, pero ya me acostumbré hace rato… Mi papá, tu abuelo, se casó con otra mujer y formó otra familia cuando era chiquita. Lo veía muy poquito. Había días que lo extrañaba un montonazo, no tanto a él, sino estar los dos bajo un mismo techo, compartir un espacio físico. Y mi mamá, tu abuela, era todo lo contrario. Ella siempre estuvo encima mío protegiéndome demasiado y yo siempre quise huir de eso. ¿Vos te creés que yo elegí a mis viejos? ¿Que alguien en el mundo o en la historia de la humanidad eligió a sus padres biológicos?
-    - No, pero hay historias de hijos que fueron adoptados por los padres que querían…
-  - Pero son cuentos… algunos capaz sean verdad, pero ¿vos no nos querés más? ¿querés cambiarnos por otros papás?
-   - No… pero me gustaría ser más normal.
-  - Vos sos normal, Valen… y nosotros también. ¿Sabés la de conocidos que tengo que han tenido hijos con amigos siendo homosexuales? Y teniendo relaciones y todo, eh…
-   - ¡Ay, mamá! – se reía de vergüenza.
-   - Perdón… pero es cierto. Aparte, miranos… yo no vivo con vos, pero nos vemos siempre, compartimos cosas muy lindas de familia. ¡Y vos tenés un papá más que cualquier chico que te puede malcriar llenándote de mimos y regalos!

Nos reímos. Nos abrazamos. Pero en ella volvió cierta amargura. Se notó cuando la fuerza de sus brazos fue cediendo. Me senté en el piso con ella y la miré. Con la cabeza gacha, abrió la boca y me apretó el corazón:

- Espero que hayan pensado muy bien antes de que yo naciera cómo iban a hacer para ayudarme, para que no me traten como un bichito.


Sonreí. La abracé más fuerte y le dije que todos los días pensábamos en eso y que ella podía confiar en cualquiera de los tres para hablar cuando tuviera necesidad o dudas.
Nos quedamos un rato más ahí. ¿Hay alguna sensación más hermosa en el mundo que sentir cómo respira tu hijo apoyado en vos? No creo…


Valentina se incorporó y me dijo que iba a terminar su dibujo y que quería merendar. Íbamos a cocinar algo para esperar a los chicos. Los llamé y les dije que estaba todo bien, que podían venir. Valentina estaba mejor, se la veía tranquila y activa, a la vez.

Cuando sonó el timbre de la puerta, se giró con tanta alegría, como si no viera hace mucho a sus padres y cuando los vio entrar, se les tiró encima con un gran abrazo. Sebastián levantó la cabeza y me miro, apoyada en el marco de la puerta, con los brazos cruzados y una sonrisa de gozo en la cara. Sus ojos se llenaron de lágrimas y me dijo gracias entre labios.


Esa noche soñé con nosotros, en su viejo departamento de soltero, teniendo veinticortos años y yo confesándole un sueño en el que veía a Valentina grande. Él me tomó de la mano y sonrió. Ojalá.

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